"El retorno"
(A Carlos Montemayor)
(A Carlos Montemayor)
Por Sergio Lugo, publicado en La Jornada Guerrero el 16 de marzo del 2010.
El derrumbe de la tierra, como una caricia en el alma… como el otro derrumbe en el interior de la carne, en los pulmones endurecidos por el metal, por las silicosis que pesa sofocante, como si el eco de la tierra despertara en los pulmones otra caída a la que asisten también los mineros, pero sin cavar, sin atravesar la tierra para hallar al minero que la asfixia comienza a abrazar con su espuma, donde no puedan cavar la carne, los pulmones y extraer con las manos cansadas el oxígeno, el aire, y sentir la mano del minero, la mano fría, su débil respiración y pasarle el agua, la voz, devolverle los días…”
Así lo plasmó Carlos Montemayor en su novela Minas del Retorno, ver la edición de 1986 por la SEP en lecturas mexicanas, aunque publicada por vez primera en 1982. Es la historia de Alfredo Montenegro un gambusino con su terquedad inquebrantable de explotar una mina, de encontrarse, de vivir. Situado en Parral Chihuahua, así como en Villa Ocampo y Minas Nuevas. Es unir y regresar a los recuerdos. Es una obra genial porque rompe con el plano horizontal de la historia, la trama no es convencional ni cronológica, tampoco lineal. Es un retorno y un fin paralelo, un poco al estilo de García Márquez. Además está contada desde la mirada del personaje de Armando, que casi todo el tiempo habla de Alfredo Montenegro, a su vez es un sentir de varios mineros.
La forma de relatar de Montemayor es eficaz, a tal grado que uno lo siente, a pesar de que son condiciones terribles e incomodas: el calor de Chihuahua y el norte de México, lo que provoca el constante sudor en el cuerpo, el cabello tieso, pegajoso. Las botas del minero, sucias con capas de tierra. El burdel lleno de amigos extraños, la penetrante sed, el constante cansancio.
El clima de las minas, así como del carácter del minero, inmediatamente, me hace recordar a mi natal Taxco, donde la sección 17 del sindicato minero, lleva más de dos años en huelga, por cuestiones laborales debido a la empresa Grupo México y su líder Germán Larrea. Los mineros me enseñaron que viven bajo condiciones de miseria, sus equipos de seguridad son obsoletos –y obscenos– sus camillas para heridos por ejemplo, son alambres remendados, que ni sirven para cargar bestias.
El clima de las minas, así como del carácter del minero, inmediatamente, me hace recordar a mi natal Taxco, donde la sección 17 del sindicato minero, lleva más de dos años en huelga, por cuestiones laborales debido a la empresa Grupo México y su líder Germán Larrea. Los mineros me enseñaron que viven bajo condiciones de miseria, sus equipos de seguridad son obsoletos –y obscenos– sus camillas para heridos por ejemplo, son alambres remendados, que ni sirven para cargar bestias.
Carlos Montemayor de manera contundente, en Minas del retorno da cuenta cómo el gobierno mexicano en la mayoría de las veces actúa de la mano de los extranjeros: “…Pero verá usted, desde el 29 se paró Veta Grande y más de mil quinientos mineros se quedaron sin trabajo. Los norteamericanos tenían permiso desde México. Sí, desde el gobierno, les dieron permiso para darnos en la madre a todo el pueblo.
Carlos Montemayor siempre me impresionó por su amplio conocimiento en cuanto a la política y el arte. Sus comentarios en televisión, eran serenos, realistas. Me sorprendió por su gusto sobre el latín y los clásicos griegos, así como su pasión por el castellano y las lenguas indígenas acompañadas de su mundo.
Mi paisano, el licenciado Raúl Domínguez me contó una anécdota: En 1997 hubo una cena con Rubén Figueroa Alcocer, en su búnker en Coyoacán, cerca de Ciudad Universitaria, teniendo como invitados a Montemayor, Domínguez y dos personas más; la cena estuvo preparada por la eslava Sylvia Smutny. El propósito era hablar sobre Guerra en el paraíso donde Montemayor reveló que para escribirla se basó en los cassettes que el periodista español refugiado Luís Suárez autorizó a Montemayor divulgara y que Luis Echeverría había entregado al hispano. El otro fin era para que Montemayor prologara un ensayo titulado La verdad de Aguas Blancas escrito por Domínguez, con los testimonios y papeles de Figueroa Alcocer, donde se justificaba por los 17 campesinos muertos. Por supuesto, Montemayor no escribió el prólogo. Esta anécdota vendrá en el libro intitulado 100 años de Figueroismo que está por publicar Raúl Domínguez por motivo de ese centenario el 28 de febrero de 2011.
Estoy seguro que Carlos Montemayor seguirá con nosotros, tal y como él lo explica en Minas del retorno: “...Porque Dios o el universo, puso el recuerdo en el hombre para eso, para que no se despida, para que no parta, porque las cosas perduran no por haber brotado o por haber desaparecido, sino porque han estado en la vida, porque las hemos sentido junto a nuestra vida junto a todas las otras, porque el lugar y el recuerdo no es anterior ni posterior, porque eso es lo que importa, porque se sustentan de la vida.” Por eso creo en el retorno de Montemayor. www.redsocialclub.blogspot.com
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